sábado, 11 de mayo de 2013

A Don Alonso Reyes. Maestro de dibujantes

Por Felipe Hodgson Ravina. Doctor Arquitecto*



Para entender esta narración, se hace necesario ubicarla en su entorno y en un tiempo que se describe -por decir de ese momento atrás- en que no existía la televisión y tampoco se hacían fotocopias; si se arreglaban las carreras de la medias de las señoras con una máquina muy extraña y, si existían rodando por las calles, los llamados carritos con ruedas, donde vendían todo tipo de golosinas, incluidos los muy estimados bocadillos de chorizo de perro: Aún no estaba proyectada la autopista Santa Cruz- La Laguna, con eso digo mucho.
Después de haber efectuado el ingreso a bachillerato, dejábamos atrás un centro de enseñanza muy querido, el colegio de abajo o los Escolapios de la Rambla.

Allí pasamos nuestra infancia de preescolar, recibiendo clases con un solo profesor por año, desde párvulos hasta ingreso. Y así pasaron los años plácidamente en este lugar lleno de niños con batas de rayas azules y blancas a las que llamábamos babys. Todavía recuerdo a quien me enseñó los signos llamados letras y su sintaxis, la ciencia de esos signos y el sonido de cada letra, que unidas entre sí. Esa mujer te invitaba a la lectura sin parar, diciéndote en ese caso que ya leías de corrido. Muchas veces me dejaba dormir en sus brazos al intentar vocalizar “mi mama me mima”, y al despertarme me era muy placentero verla junto a mi lado. En este caso, la persona era Doña Lola. (Doña Lola recibió la medalla de Alfonso X “El Sabio” por el Ministerio de Educación). Enseñó a leer y escribir entonces a media población de Santa Cruz de Tenerife.

Doña Lola olía al perfume del agua de colonia Heno de Pravia y tenía una sonrisa que te daba tranquilidad y sosiego. Ella me enseñó cariñosamente un modo de relación universal de entendimiento, esa que trata sobre esos garabatos, llamados letras con su estructura escrita; y, gracias a ella, poder entender y aprender la lectura unida a la forma de vocalizarlos para recitarlos con entonación y exponerlos públicamente. Vamos… el famoso estructuralismo

Felipe Hodgson durante su disertación en el Acto celebrado en homenaje a Alonso Reyes en la Real Academia Canaria de Bellas Artes

Introducción

Después de los dos meses de verano, accedimos todos los estudiantes que habíamos aprobado el ingreso a bachiller, al primer año de bachillerato, a un castillo en lo alto de una montaña que veíamos desde todos lados de la ciudad. Un lugar al que nos referíamos con el nombre de colegio de “arriba” o el Quisisana. Justamente, en el primer día de clase con los nervios en la barriga, a primera hora de la mañana, los 109 alumnos más el que escribe esta narración, fuimos reunidos en un aula llamada Sala de Permanencia o de Estudio. Nos sacaron al azar a diez escolares delante de la pizarra -yo entre ellos- y, un profesor de matemáticas, preguntó a los “afortunados”, ¿que era un número natural? Nadie respondió, silencio sepulcral. Renglón seguido, formuló la siguiente cuestión: ¿qué era un número decimal? De nuevo, silencio. Así sucesivamente continuó disparando preguntas tales como qué era un número quebrado, mixto, etc... Como ustedes podrán imaginar, el silencio más profundo reinó en la sala. Pero, de repente, a causa de la tensión palpable en los 10 del “paredón”, comencé a reírme de forma nerviosa ante la falta de respuesta a las preguntas de matemáticas del profesor. Sí, ¡ríanse también! Todavía recuerdo el ruido que reproduce el impacto de su mano contra mi cachete, comúnmente llamado, bofetón).

Al recibir aquel impacto, pensé para mis adentros, “esto debe ser el colegio de arriba”. Ese día desfilaron ante nuestros ojos cinco profesores, uno detrás de otro sin que para nosotros niños de diez años fuera comprensible el sentido de aquello. Fue una experiencia muy agotadora y decepcionante ya que todos esperábamos a Doña Lola entre ellos. Aquel profesor y matemático supimos después, se llamaba Don Victoriano.

Al cabo de dos meses, les puedo afirmar sin genero de duda que, esos niños, repartidos en sus respectivas aulas de 1º a, b y c, manejaban el timing de todos los pedagogos, estructurándolos por, profesores con cachondeo total en clase, semicachondeo y seriedad completa. Por ejemplo, teníamos un profesor de lengua al cual le poníamos en su traje unos insectos, llamados cochinitas o vaquitas, al pasar junto a los pupitres, llenándole todo el faldón de la espalda de estos bichos. Otro método de entrenamiento escolar consistía en que, mientras este señor estaba en su mesa impartiendo clases, tirábamos al suelo media peseta y él, al oír el sonido de la pieza impactar en el suelo, su sónar interno detectaba exactamente entre los pasillos de los pupitres el lugar donde se encontraba la moneda y cautelosamente se acercaba a aquella media peseta la pisaba y la recogía. Un momento esencial para aprovechar -como buen comando que éramos todos en clase- para depositar más cochinillas o vacas en su traje.

Otro personaje docente habitual era el Padre Antonio, muy parecido a Filemón por sus gafas, que estaba medio sordo, y que se reconocía en la característica de su andar a cámara lenta. Esto hacia que también su forma de hablar fuese igual que el de su caminar con esa cadencia, muy lenta. Tan lenta, que su mote era, evidentemente, “el Cámara”. Él nos daba latín y cuando recitaba en alto… “booonus, booona, boooonushh”, la primera fila de la clase se movía como un barco de vela, de babor a estribor o viceversa en función de los movimientos pendulares que ejercía el cuerpo de “el Cámara”; y como una orquesta bien afinada toda la clase se movía al unísono con él. De repente, paraba en su desplazamiento oscilante, diciendo en alto, ¡pero ¿por qué se mueven?! Instantáneamente, nos frenábamos en una posición similar a como se paraba su cabeza. O a estribor o a babor. Y así, mientras, transcurría la clase.

Aparte, estaba otro acontecimiento fundamental: el concurso de los gritos. Y es que, como este Padre estaba sordo como una tapia, consistía en cronometrar la longitud temporal de nuestros chillidos con el reloj que portaba un alumno, cuyo padre tenía un bazar hindú, y lo traía el día del concurso sin que se enterara. Un cronometro tal cual, para dilucidar el grito más largo de toda la clase. Por cierto, perdí esta competición por décimas de segundo. Me lo ganó el compañero Farizo.

Otro cura con el que uno podía armar jaleo en su clase -pero eso sí, con precauciones- era el Padre Julián, también llamado “El Loco”. Cura de procedencia gallega, de mirada perdida por su ojo de cristal, secreto bien guardado por alguno de mis compañeros que sabían cuál era el lado en el que le faltaba su vítreo y así hacer señales con la mano en la zona visualmente en precario. Se le podía vacilar, pero si entraba en cólera, te hacia “escupir el demonio” literalmente con esta frase introductoria: “Iiih, madre, escupa el demonio”. Había que tener en cuenta la cantidad de saliva a escupir ya que si era excesiva, “el Loco” bramaba con el puño cerrado, “no le he pedido que lo escupa tan gordo”, seguido del, anteriormente citado “demonio”. Sí aquello era un motivo de risa, entonces y ahora. Otra manera de amenazarte era mandándote a la capilla de rodillas para sanar los pecados. A veces, emulaba a Hamlet, mirando hacia el techo, subía un brazo y declamaba bien en alto…“Iiih, madre, Galicia, la meona de España, se pasa todo el día lloviendo”, bajaba la mano y continuaba la clase.

Recuerdo una vez que, con una tongada de cuadernillos que tenía apilados en su mesa, uno encima de otro como si fuera una torre, el Padre Julián empezó a revisarlos y sin venir a cuenta, de repente, lanzó uno tras otro los cuadernos sobre todos nosotros, como el que tira los cuchillos en el circo. Poseído por el diablo, que había que escupir anteriormente, la cadencia de tiro de los cuadernos iba in crescendo. Nosotros, al ver la trayectoria de vuelo de estas hojas desplegadas en su planeo, evitábamos el impacto de estos cuadernos a semejanza de un boxeador de cintura ágil. Al aumentar los decibelios de gritos de todos nosotros por el asombro de los vuelos de aquellos Ícaros de papel, la sangre que corría por las venas de “el Loco” crecía en su tensión. En aquella ocasión, y como consecuencia de su nerviosismo, ejecutó el mecanismo de cerrar el puño para comenzar a golpear a diestro y siniestro a los alumnos. Nosotros, con los ojos como platos por el asombro de su ímpetu, actuábamos como en una melé de rugby pero en vez de atacar fuimos retrocediendo hasta que nos arrinconó en una de las esquinas del aula, como si vinieran las hordas de Atila, y ante este ataque actuamos como los romanos con sus escudos haciendo la técnica de la tortuga para repeler aquel potente ataque. Aunque varios de la primera línea de trinchera, entre ellos yo, recibiéramos impactos de aquel ágil puño cerrado. Viendo la que nos estaba cayendo, temimos sucumbir a pesar de la superioridad numérica; unos sobre otros, gritos, las maletas por aquí y por allá, libros por los suelos, caos total y, ya en el último suspiro del K.O. técnico, nos salvó el ring del timbre que señalaba la finalización de la clase. Nos levantamos todos y hasta el día siguiente.

Mantengo y afirmo, que el haber recibido este tipo de enseñanza, en un determinado tiempo y con estos pedagogos nos marcó a todos nosotros, en nuestro espíritu surrealista. Una forja cultural de primer orden.

Profesores con seriedad total.

Don Bienvenido, profesor de Formación del Espíritu Nacional. Persona alta espigada, pelo negro y peinado con raya y precisado con fijador Lucky. Su aspecto era de comisario de policía. Él no paraba de hablar en la clase y, por esa virtud esencial, su mote era “el Calandria”. En su clase decía, ¡quiero oír las campanadas del reloj del Cabildo! mientras golpeaba sobre la mesa el cigarro sin filtro antes de encenderlo, fumando uno tras otro, sin parar.

Y vayamos ahora a recordar a D. Alonso Reyes. Esa persona entró en clase y, nada más pasar la lista de los alumnos presentes, todos nosotros sabíamos que era de los duros. Su aspecto era de pívot de baloncesto a semejanza de Shaquille O’Neal. Vamos un armario de persona, un autentico 2x2. Siempre iba vestido como si fuera un lord inglés, con chaqueta de lino claro y con pañuelo en el bolsillo a la altura de su corazón. Así como Doña Lola olía a su colonia de Heno de Pravia, D. Alonso olía a otra más masculina, la de la marca Cesar Imperator. Una rareza, hoy prácticamente desaparecida como tantas otras cosas. En aquellos tiempos, la congregación española de los Escolapios tenía su propia imprenta de editorial de libros, con la autorización para publicar libros de texto del Ministerio de Educación. En clase, Don Alonso nos dijo contemplado el cuaderno de dibujo de esa editorial, que él no quería copistas en clase y, por lo tanto, nos guardásemos esas estampas pues no las íbamos a necesitar para nada. Su método heterodoxo funcionaba de la forma siguiente, se traía una figuras de yeso, tal como un pié, una mano, una parte de una cabeza de una persona, o unas hojas de acanto del capitel corintio. Lo primero era encajar la pieza de yeso mediante un dibujo sobre un papel que tenía unas medidas establecidas. Nos decía, tracen una vertical y horizontal a lápiz y todo lo que se unía entre esos puntos eran mientras mirábamos la pieza los puntos de referencia para plasmarlo sobre el soporte y quedar proporcionado. Luego, venía el método de difuminar con algodón para dar los claros oscuros de la pieza y llegaba al uso de la goma que proclamaba bien en alto… ¡la goma no es para borra, sino para difuminar!, justamente esas palabras las usé yo, más adelante dando clases en Madrid en la Escuela de Arquitectura en la asignatura Análisis de Formas Arquitectónicas, que era la asignatura hueso de primero, repitiendo a los alumnos…las mismas palabras de Don Alonso en relación a la goma de borrar. Su generosidad era una virtud destacada en su personalidad, ya que toda persona que recibió su aprendizaje no deja de decirme lo gran persona que fue, tanto como pedagogo como en su trato hacia el alumnado. En una de las clases, me atreví a decirle si me podía llevar a mi casa una pieza y me la dejó llevar para practicar en casa.

Felipe Hodgson explica el sistema de dibujo aprendido de Alonso Reyes
La desilusión.

En el segundo año del bachillerato, D. Alonso no me impartió sus clases y fui a caer en desgracia al darme aquella asignatura del Dibujo a primera hora, un profesor que tenía como método de enseñanza el reparto por los pupitres de estampitas con los escudos heráldicos de las ciudades de España. Nos pasábamos dibujando toda la hora los dichosos escuditos; y yo con esa desesperación mía. Y, así, pasamos a ser copistas. Dicho profesor también nos daba la asignatura de geografía mundial de doce de la mañana a una de la tarde. En clase, siempre existía el repetidor de cursos anteriores y, por regla general, como consecuencia de su edad era un abusador que ejercía el terror sobre todos nosotros sus compañeros más pequeños. A mi, personalmente, ya me traía bastante caliente dicho compañero. En clase de geografía, este profesor lo tenía castigado, normalmente debajo de su mesa. En una ocasión, cuando el profesor estaba escribiendo en la pizarra las ciudades de China, este gandul abusador, me empezó a dar cortes de mangas. Yo tenía a mano una goma gigante de Milán, se la lancé desde el fondo de la clase donde yo estaba situado y con tan mala fortuna, se desvía de la trayectoria, dándole al primer pupitre. En ese momento, que conservo en mi memoria como una secuencia cinematográfica, observé como el rebote de la dichosa goma volaba hacia la pizarra y le daba en la espalda al profesor.

Total, que me echó durante un mes de la clase y así pasé a convertirme en un fugado o escapista de la última hora de la mañana, usando todo tipo de artimañas para que no me trancara el director del colegio, el llamado Prefecto. Muchos días de ese mes de expulsión me refugié en los confesionarios de la capilla, esperando a que pasara la hora de clase y ansiando que transcurriera el tiempo lo más deprisa posible para oír el timbre. Por cierto -otro cura- el Padre Vicente, me vio salir una de las veces de la Capilla y seguro que habrá pensado para sus adentros, lo religioso que yo era. Otras, me iba a la azotea, o me quedaba en la escalera de un torreón agazapado durante aquella interminable hora. En aquella época, existía un concurso durante la temporada de las fiestas de Navidad. Se desarrollaba en la pizarra, allí dibujábamos motivos navideños y yo estaba encargado de la plasmación de la idea escogida por el grupo sobre ese encerado. Existían premios por clase y siempre nuestra clase se llevaba algún premio, siendo yo el autor. En el colegio se sabía perfectamente quien era deportista, quien era Príncipe de Estudios, quien destacaba en alguna materia y quien era un completo gandul. Yo despuntaba en el tema del dibujo y…ya finalizando el curso se celebraban los exámenes para las matrículas de honor en las diferentes asignaturas. Y, precisamente, estando yo jugando en el recreo, me observa el Prefecto y me dice “Felipe, ¿tú no te presentas al examen de matrícula de honor de dibujo?” Yo le respondí negativamente y entonces me llevó a la clase donde se estaba efectuado el examen. Aquel Padre habló a continuación con el susodicho pedagogo y este, le indicó que -más bien- yo estaba suspendido. Pero ante la insistencia del Padre Prefecto este señor me dijo que me daba veinte minutos para que consiguiera lápices de colores y unas hojas para dibujar. Así que salí corriendo como una bala a mi casa y con veinte minutos de ventaja de los examinandos, al entrar en clase me dijo, se está dibujando el crucifijo que preside el aula. Total, que me pusieron como calificación un diez, pero no obtuve la correspondiente matrícula.

El rescate.

Al año siguiente, me volvió a tocar el mismo profesor y mi gran desilusión fue tan grande hasta que ¡sorpresa!, se me ilumino la cara al ver aparecer Don Alonso en la clase para hablar con aquel profesor. En seguida, ese señor me dice bramando “… ¡Hodgson coja sus tratos y váyase a la clase de D. Alonso!” Mi gran rescate, en ese momento vi los cielos abierto. En aquel curso de tercero de bachiller se impartía la enseñanza del color y la perspectiva caballera, con el uso de tiralíneas de tinta china, más la escuadra y el cartabón con el compás correspondiente. En clase, yo tenía un gran amigo a mi lado que dibujaba muy bien y portaba una caja de lápices de colores llamados “Berol”, traídos de Venezuela. Eran unos lápices especiales, mas grasientos y con una calidad que en su uso formaba unos contrastes más que contundentes frente a los habituales “Alpinos” españoles. D. Alonso los observo y nos dijo como buscar más tonalidad en los trazos, apretando más o menos al dibujar y empezó a leer en alto la cantidad de colores que portaba la dicha caja de creyones de marca exótica. Allí dijo en alto…”Aquí falta el color Bermellón y el color Albero, ese de las plazas de toros”. Y a continuación dio una disertación sobre los colores ausentes, ese rojo anaranjado y el de los tonos amarillentos. Y allí formulaba improvisadamente, mediante círculos cromáticos, la teoría de los colores primarios, los secundarios en combinación de estos primeros, y nos habló de los pintores impresionistas. Allí, en tercer año de bachillerato, pero de aquel tiempo de gran incultura. Otra anécdota suya que recuerdo pasó cuando yo estaba en posesión de un lápiz de publicidad de una conocida marca de sopas que apreciaba mucho. El me lo pidió y se puso a dibujar con aquel lápiz, explicando a la clase cuales eran las cualidades de una mina dura y una blanda. Ahora sería un lápiz H ó lápiz B.

Alonso Reyes esculpiendo la escultura de la Victoria que forma parte del Mounmento a los Caídos de la Plaza de España de Santa Cruz de Tenerife. Una vez estando ya en los cursos superiores, entramos varios a los baños durante el cambio de clase. Estaban estos aposentos frente a nuestra aula y al lado de la capilla. Al salir nosotros del W.C., observamos que entraba a la capilla Don Alonso con una bata blanca y al vernos, nos invitó a que le acompañáramos a la sacristía de la capilla. Allí tenía desplegado un Cristo envuelto en sábanas, y alrededor desparramadas todas las gubias, martillos etc., sobre una mesita al lado del cuerpo que esculpía allí mismo. Quitó el envoltorio y vimos una preciosa talla de madera con la efigie del Cristo; nos instigó a tocarla y nos dijo que casi la tenía acabada a falta de un poco mas de lijado. Y también que a continuación le iba a aplicar los barnices correspondientes. Allí, justo en ese momento, volví a entender a esta persona tan amable, entrañable y de fácil acceso, entregado a aquello que más le gustaba, que era el arte en su totalidad. Un artista volcado que no descuidaba cada una de sus facetas. Una persona con mayúsculas, que dio clases a los Escolapios, a los alumnos del Instituto de Santa Cruz, a las que cursaban en el colegio de Las Dominicas. Y que organizaba, incluso, partidos de futbol entre los presos de la cárcel y los alumnos de los Escolapios, pues también impartía su pedagogía artística en clases nocturnas en esa institución carcelaria.

La última vez que lo vi fue ya en su último año de vida, cerca de la Plaza Ireneo González, y me pregunto por un perro que se le había perdido y también sobre si yo había acabado mi carrera de arquitecto. Le respondí que no había visto a ningún perro y a la segunda pregunta le contesté afirmativamente que sí y me dijo… “¡tú eras de los buenos dibujando!” ¡Gracias D. Alonso, se lo debo a usted!

Desde este escrito afirmo que… si, un profesor de dibujo, le borra un trazo de lápiz que ha sido efectuado por un alumno, es inmoral por su parte, mostrando la total ausencia del ejercicio de la imaginación. Yo lo padecí con otro profesor, al contrario de Don Alonso, a quien nunca se le ocurrió hacer algo así. Y, en cambio, sí fomentó el trazo sin titubeos, el claro oscuro de la figura con el algodón como suplemento a esta técnica y como usar la goma para difuminar con la imaginación. A él, le debo en parte que mi Tesis Doctoral fuera sobre… ¿Es el dibujo una herramienta o se usa como instrumento en cualquier proceso de diseño?

Afirmo rotundamente que, “El Dibujo” es un lenguaje universal al igual que la lectura y que también por la memoria de esta isla de Tenerife no caiga en el olvido. Esa tan GENEROSA persona que era D. ALONSO REYES.

Muchísimas gracias

*Texto leído en el Acto de Homenaje a D. Alonso Reyes, Maestro generoso y pedagogo de la enseñanza del Dibujo en la isla de Tenerife. Acto celebrado el 22 de abril de 2013 en la sede de la Academia Canaria de Bellas Artes de San Gabriel Arcángel..

3 comentarios:

Miguel González Dalloz dijo...

fantasticos recuerdos....

Francisco Padrón Padrón dijo...

Si señor muy bien Felipe Hodgson

remi dijo...

Gracias Federico, y a Felipe, si me lee, mi enhorabuena por la redacción de este merecido homenaje a D.Alonso.
Por cierto.., a Felipe lo veo con frecuencia ya que tiene su estudio aquí, al lado de casa.
Un abrazo